Empiezo a escribir sobre este tema y no puedo evitar que llegue a mi memoria una frase del gran maestro del fútbol español, D. Fernando Santos de la Parra,
“futbolistas hay cinco: los que son, los que van, los que salen, los que juegan y los que dejan”.
A todas luces, el técnico no puede interferir directamente más que en los tres grupos del medio… los que van (a la concentración), los que salen (en la convocatoria) y los que juegan (desde la inicial y por los cambios). El fútbol es de los futbolistas, el profe propone y los jugadores disponen.
Como todo aquello que involucra a las relaciones personales, el vínculo de un vestuario, claramente conformado por dos bloques (que si bien no contrapuestos representan idealmente un equilibrio de fuerzas) el del cuerpo técnico y el de los del balón, pasa por tres fases: la de la ilusión, la de la consolidación e, inevitablemente, la de la decepción.
La excepción confirma la regla, Sir Alex se cuece aparte, y es que difícilmente se firman contratos de más de dos años entre técnicos y directivas. La pregunta del plazo, a este punto, radica en los proyectos, ¿qué es lo que se busca que consiga el que dirigirá los esfuerzos? El primer escape de la afición son los triunfos. Pero… ¿es válido pedirle la parte alta de la tabla al nuevo que llega?, ¿es válido que el nuevo que llega se comprometa a la parte alta de la tabla?
El principio fundamental de los compromisos radica en en el alineamiento de todas las partes que conforman al Club, y citó por orden de importancia a mi parecer, afición, futbolistas, directiva y cuerpo técnico. Quizá la razón principal por la que las categorías inferiores mantienen mayor continuidad en los resultados, que los equipos profesionales, viene dada por la posibilidad del profe en elegir a sus jugadores y la correlación que esto conlleva en los agentes mencionados.
Hay dos razones por las que, en las divisiones de competencia mayor, frecuentemente se le retira o condiciona la facultad al director técnico de seleccionar integralmente a sus plantillas, una tiene que ver claramente con los intereses económicos, la otra con la certidumbre de la propuesta que el recién arribado puede dar al proyecto.
Y es que, bien se dice que al llegar a un equipo, el Mister, lo primero que debe de hacer es poner la maleta llena detrás de la puerta de su casa. Pero en ocasiones ya se la tiene hecha la misma directiva antes de formalizar el acuerdo, sin apenas darse cuenta. La confianza requerida para llegar a alcanzar las metas no se presenta y, por consecuencia natural, viene un relevo detrás del otro.
Hacer que los futbolistas, primero y antes que todo, crean, luego entiendan y finalmente ejecuten la idea y la propuesta futbolística del técnico es la tarea principal. Después, ante el balance de éxitos y fracasos, mantener la cohesión del grupo es lo complicado, aquí es cuando la decepción debe volver al ciclo de la ilusión. Ya lo decía Douglas MacArthur como aspiración
“… orgulloso e inflexible en la derrota honrada, humilde y magnánimo en la victoria…”.
En cualquier caso la de la dirección técnica es una de las pocas profesiones en la que, operativamente, en “los de abajo” radica la capacidad de ratificar o tirar por la borda el trabajo de su superior. Bien lo mencionó Javier Aguirre “yo no sé de fútbol, lo que mejor hago es masajear egos”. Niños millonarios, caprichosos e inmaduros, ante un trabajo inadecuado del que manda en el banquillo, ocasionalmente dan cuenta de uno detrás del otro.
Y aun así hemos visto a técnicos campeones que “se les pide la bola”, a formadores de talentos extraordinarios que pasan los años y “se les voltea la tortilla”, a técnicos malones a los que se les otorga el puesto, o lo mantienen, por capricho de los líderes del vestidor… Sea lo que fuere no concuerdo con las formas en las que se presentó el cambio de José Manuel, que haya dignidad y respeto a un apellido que, pasaran los años, y continuará escrito entre las rayas rojas y blancas de esa camiseta.